De nuevo vino
la lluvia hasta mi lado
y me mojó.
Gotas del cielo
perdidas de unos ojos
casi invisibles.
Pero ese roce,
sublime, de su llanto,
me entristeció.
Quiero la lluvia
que riega, dulcemente,
calles y campos.
Quiero sentirla,
mojarme con sus gotas,
y suspirar.
Quiero que apague
la sed de mis entrañas
en el silencio.
Pero no quiero
la lluvia entristecida
que me contagie.
Esa me sobra,
prefiero que se quede
en otros ojos.
Y si no puede
que baje hasta la tierra
y vaya al mar.
Que allí se calme,
se mezcle y purifique
con el salitre.
Rafael Sánchez Ortega ©
05/11/22