La luz, más luz,
pedía el condenado
a las tinieblas.
Quiero aquel hilo
que había en el principio
con poca luz.
Era bastante
y, entonces, mis pupilas,
tenían vida.
Ahora la luz
me falta y se me impide
tenerla cerca.
Luz a los ojos
que diga que yo existo
y soy real.
Luz para el alma
que sufre, enamorada,
por tantas sombras.
Luz para el niño
que yace en su escondite
con mucho miedo.
Luz para el hombre
que busca por las playas
con su farol.
¡La luz, más luz!,
implora el condenado
en su agonía.
Rafael Sánchez Ortega ©
09/11/22