Alberto Escobar

Atlas

 

La primera vértebra de la columna se llama Atlas porque este fue condenado por Zeus a soportar la bóveda celeste, y esta es la que sostiene sobre sí el peso de la cabeza. 

 

 

 


No puedo soportar más:
El peso de los pensamientos es excesivo.
No puedo soportar el cargo de conciencia
de serte infiel sin remordimiento,
dejarme llevar por los bajos fondos,
esperándome con la mesa puesta
sin llegar a venir del trabajo, desolada.
Su preocupación no fue la mía.
Mi mente en otro sitio brincaba
por prados con una venus de Botticelli,
refrescándome al agua de esta fuente, 
fresca, el deseo me invadía.
Me encantas, lo sabes de sobra, eres lujuria. 
Tu juventud me rellena los poros, la sabiduría
propia de mis años es ignorancia plena
al lado de la turgencia de tus senos, de la firmeza
desafiante de tus muslos, el sentido de vivir. 
Ella esperando y yo aquí, riéndole su congoja.
El teléfono apagado a propósito y su sufrimiento
vilano al viento para mis sentidos, para mis adentros. 
Si dicen que la vida es ahora, entonces la vida eres tú
—ella, la que me espera, por esta regla de tres, 
no existe, solo ahora, tú, nada más. 
Si la comida se enfría espero —de ella— la meta 
en el frigorífico para no violar la cadena de frío.
Ojalá que no esté cuando llegue, no dar explicación
mientras como y soportar su «jeta» de despecho.
Ojalá mi conciencia evite que se cierre el estómago.
Cada vez llevo mejor el peso de la deslealtad.
Cada vez más valoro el placer del momento,
ventana abierta al fresco de la mañana, lo demás...
Cada vez me siento menos ese Atlas condenado, sacrificado
a llevar el peso del mal pensamiento sobre sus hombros. 
Entiendo su sufrimiento —si le pasa a ella lo asumiré,
la vida son tres días y dos se pasan durmiendo...
Que me quiten lo bailado, contigo, sobre mis piernas.