A veces nos sentábamos bajo un árbol
a mirar el horizonte,
la sangrienta tarde precipitándose nos juntaba
las manos para mostrarnos a lo lejos
el abismo;
Se maceraba el silencio, la vida agreste
y baldía, el odio detrás del camino
y su invernadero de sombras.
Y entonces, nos juntábamos más,
nos encendíamos en una vida,
como una furiosa hoguera
para espantar a los insectos de la muerte
que iban echando sus raíces.
Ahora estoy solo, con esta pequeña muerte
que en algún momento
se hará grande y para siempre
y no habrá nadie
que me recuerde como te recuerdo yo.