Aniquilado en la grandeza del instante
el animal humano se hizo máquina
y pisó fuerte el empedrado con sus plantas
dispuesto a negociar con la muerte un nuevo trámite
entre las flores de los campos otoñales
como un dios sin causa hecho presa de sí mismo en un espasmo
con la ola sublunar atosigándole
y en la sien un acertijo complicado.
Él así, fruto de incontables choques en los astros,
existe aún, dueño de un sinfín de oscuridades,
amargo en el alma por la duda, el pesar
que tanto arrastra por estas calles sucias hasta el ocaso
de su lámpara... El gris perfume
en que naufraga lo suplanta en las horas solitarias,
un disparo que lo alcanza
peligrando su hermosura, cosa santa,
una voz desde lo alto: no desviarse
y la intuición frente al pánico, azote mortal.
Sed bienvenidos; no mirar atrás
hacia el precipicio hambriento de vuestro caos personal
ahora que amanece tras el velo de esta realidad
y ya no pesa tanto el lunes
ni es un colapso mental
dedicarse enteramente al personaje.