Quiero hablar con mi padre
cuando llegan los atardeceres
en este enero de hastío
y coyunturas breves.
Ahora que se abrevia el tiempo,
y su caminar
es un conjunto de corajudos pasos
que cargan sus muchos naufragios
de buena voluntad.
Es tan tranquilo -ahora-
con esa paz que tira la melancolía
y se cuelga del cuello
con una brazada ineludible;
Que ganas de acariciar sus canas
coronada de reliquias infantiles,
que ganas de abrazar
a su bastón y brindar con él
por acomodarle el paso;
Ahora que el desayuno lleva el tibio calor
del café endulzado de recuerdos,
y el pan lleno de gracia
va con un pie meditabundo
por nuestras manos,
en el hogar se siente palpitante
la humilde bondad
de su reposado corazón.
Es mi padre en su hospicio,
caminando de puntillas,
buscando nuestra risa que perdió el rostro
en el crepúsculo que emerge
del tiempo que se va
detrás de la ciudad que nos ha perdido;
Y quiero abrazar
su orgullo de muchos años
atracado en el silencio;
Quiero estar en el sigilo de sus ojos
que plañen dulcemente
desde su rincón sombrío
cuando suena una melodía antigua;
Y quiero estar aquí,
antes que la luz se adelgace
en la sombra de sus ojos
y la bruma del tiempo nos deje mutilado
para siempre
en una noche sin mañana.