La rosa blanca
hacía que sus pétalos
te recordaran.
Hubo otra rosa,
que un día, en un verano,
te regalé.
Y tú me diste
a cambio una sonrisa,
cumplidamente.
Aquella escena
la guardo y la conservo
en mi recuerdo.
Rosa a tus manos
que luego fue a tu pelo
y allí quedó.
Un beso dulce
cargado de ternura
y de pasión.
Luego el paseo,
la sangre acelerada
y los silencios.
Yo te miraba
y tú me respondías
en tus pupilas.
Largos suspiros,
susurros sin palabras
y un gran candor.
¡Te amaba, entonces,
mi rosa inmaculada,
y te amo hoy!
Rafael Sánchez Ortega ©
21/11/22