Dime mujer,
espejo
de resquebrajados recuerdos,
de inexpugnables montañas,
de invadeables barrancos,
de intransitables caminos
e insondables espacios,
dónde
recostar mi cabeza,
para
que tus dulces palabras colmen mis oídos de dicha.
Dime mujer,
arcilla de amor,
fértil huerto
y acequia de rebosante libídine,
dónde
reposar mis manos,
para
moldear tu anhelado cuerpo con mis caricias.
Dime mujer,
idílica melodía,
sonoro universo de celestiales cantos
y divina cítara,
dónde
encontrar la dominante nota,
para
componer con mis besos la más bella sinfonía.
Dime mujer,
ascua de deseos,
eterno fuego de mis noches en vela
y fragua de mis pasiones,
dónde
encontraré refugio,
para
acrisolar en él mi verdadero amor.
¡No!, no digas nada mujer,
déjame
ser tu Livingstone,
para
descubrir de nuevo
el truncado manantial de dicha
de nuestra frustrada juventud.