Ben-.

Vampirizo-.

Sosteniendo luciérnagas, ambivalentes,

y en esa densidad de la hipocresía, sostengo

mi marítimo deseo: concupiscencia de lo omitido.

No siento rabia. La vida es un bosque pétreo.

En estos instantes, la vida es un mar florecido.

Pétalos bañan mis orillas, que son las riberas

del gran río. Transmutaré los silencios del organillo?

Me conmueven los gemidos guturales del viento.

Apoplejía de los depósitos gélidos. Busco la inocencia.

La carne sin estigma. El vaso sanguíneo donde volcarlo

todo. Mi enésima circunferencia, la súbita marea.

El hospicio se me llena. De criaturas hostiles al llanto.

De seres guturales igualmente. Vértebras dislocadas,

mi cuerpo asesina el tumulto de tu fuego. Vuelvo

hacia los instantes, perdidos como sacos de cemento,

holgados. Rosáceas marinas, pétalos erguidos, lo que

muere en mi silencio, se puebla de gentiles. Bálsamo

de los recurrentes oficios, dónde encontrar un alma

santa y caritativa? Pero no me refiero al sueño, no

esta vez. Exhalo los íntimos tuétanos, las vísceras delirantes,

las exprimo. Veo demasiadas rosas, demasiados cuerpos,

tan solos, en los rincones en penumbra. Ese múltiple

deseo de lo solitario que se agolpa. Y mis dedos chascan

lo súbito de la marea. Su petulancia ignorantes de sabañones

y concordancias. Mi cuerpo es una estufa, en estos instantes.

De tan solitaria belleza. Alcancía donde guardo la almoneda.

Abro cajones en los lugares precisos. Y mi cuerpo se irisa.

De pétalos de nuevo, de organigramas vacuos. Muerto

de risa, voceo las nuevas petulancias. Rebaso el límite.

La oscura tentativa de aproximarme al hombre. Demasiado

oscuro, demasiado lleno y ya tan joven. Busco la enésima

circunferencia. El círculo divino. Su ostentosa manía

por poseerme. Soy sacrílego y blasfemo, oriundo de la nada.

Donde caben los ricos alcanfores. Las petunias y los brazos.

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