Llegó el silencio,
no trajo gabardina
ni otro ropaje.
Con él, desnudo,
camino por la vida,
sin saber dónde.
Yo le pregunto,
sin frases ni palabras,
y él me responde.
Así charlamos,
sabiendo que, en el fondo,
nos entendemos.
Hay muchos ratos
de calma y de sosiego
en nuestros pasos.
Pero en algunos,
hay gritos y alaridos
inexplicables.
Son de las almas
que ansían compañía
y la precisan.
Son de los niños
que buscan las sonrisas,
en los demás.
Por eso pienso
lo bueno y lo perverso
de este silencio.
Todo en su punto,
también en su momento,
y sin pasarse.
¡Llegó el silencio!!,
decía en el comienzo,
y al empezar.
¡Pues que se espere!,
me digo, ya que hay niños
en el poema.
Rafael Sánchez Ortega ©
23/11/22