Que ganas de soltar un llanto triste -tristísimo-
ahora que la tarde se levanta lúgubre
y me despierta el deseo de morir;
Que ganas de atravesar el espejo que muestra
una galería de rostros,
los perdidos, lo más querido de mi ayer;
Nada es para siempre -Amor- lo sabíamos
y no nos dimos cuenta
hasta que lo tuvimos en las narices
a la odiosa muerte.
Alguien decidió nuestras dos muertes.
A alguien se le ocurrió que ya estaba bien,
que ya era suficiente tanto amor,
tantas cosas juntas.
¡Tanta comunión debía acabar…!
Alguien horneó mi pan a frío lento,
en soledad oscura con un cerillo;
Además, aplastó mi dedo contra la puerta
en silencio duro y contenido,
y todo ese vacío que le hace a uno prisionero
del aire cuando se ladea la cuerda…
Quien te hace la vida, así, muy despacio
aclimatado al dolor,
a las malas causas, al negro y cadavérico café,
con sus avispas y todos sus desaires…
¡Oh, la curva del hombre! De tanto pensar,
en su terco seguir y su ingrato querer,
con las dudas al filo de su tiniebla,
pensando que volverá su dicha…
¡Ah termómetro del frío! Linterna sin pupila
que va alumbrando los aciagos pasos, los sin huellas,
los hondos caminos, los inevitables rezos
en esta noche que parece bostezar
la boca del destino.