Desde lejano lugar llegué un día ilusionada; con sueños de superación. Un equipaje de inquietudes y el cariño de la familia que quedaba en casa.
Al llegar a mi destino, un blanco y frío suelo me esperaba…yo deslumbrada por el paisaje invernal nunca visto-¡ah! La nieve suavecita con sus formas de algodón-, a la vez con nostalgia recordaba mis calles de tierra o empedradas allá en la patria mía. Más la estancia en ese distante lugar me fue grata, porque una familia especial parecida a la propia me tendió sus brazos y su corazón.
La familia Prevette, un núcleo formado por cuatro niños y dos amorosos, cristianos y profesionales padres. Medio año compartiendo cariño, costumbres, enseñanzas espirituales e intercambio de lenguaje. No hablábamos el mismo idioma pero al final de mi estancia nos comprendíamos como si hubiésemos nacido en el mismo país. Un día tuve que partir y su cariño me siguió hasta que terminé mi aventura académica.
Luego de regreso a casa sus misivas y fotografías siguieron acompañándome –cómo crecían los niños, habían dejado los pañales y una hermosa señorita al igual que guapos caballeritos se asomaban, solamente la pequeñita les acompañaba- y de cada uno de sus logros me enteraba. Un buen tiempo después ellos también migraron a su misión cristiana y a Jordania se dirigieron…visitaron otros países cercanos sorteando guerras y conflictos; intentos de secuestro y asesinatos saliendo avante de todas esas dificultades…cumplieron su misión.
Dentro de sus aspiraciones estaba el conocer mi país y mi gente. Un buen día me sorprenden, estaban cerca y tuve oportunidad de abrazarlos de nuevo y agradecer sus enseñanzas, su amor y por mantenernos en contacto aún con muchas vicisitudes. Ellos de nuevo en su país, sus hijos universitarios; pero sus mensajes de bienaventuranza han seguido llenando mi pantalla y cada año al llegar diciembre virtualmente nos abrazamos. Mis recuerdos para la familia de mi corazón.
Mirna Lissett