No somos el mismo al empezar
y después de terminar un poema
—Paul Valéry
Las obras de arte nunca se terminan, se abandonan.
Hoy no soy el mismo.
Ayer me subí a lo alto de ese naranjo
y las naranjas me abrieron los brazos.
Hoy ya no cae sobre mi piel ese aroma,
esa citricidad bañando la pituitaria.
Hoy no soy el mismo. Ni mañana...
Ayer el azahar se me mezcló con la sangre
e hizo burbujas, y esas burbujas subieron
hasta el balcón de la nariz para perfumarlo
de macetas, como aquellos geranios, infancia.
Hoy ya no recuerdo eso, estoy subsumido.
No soy el mismo que hace un minuto,
cuando bajé de ese pedestal y caí en la cuenta.
Estoy abierto en canal y no sé cómo coser
esta cirugía, no soy especialista.
Ayer fui capaz de subirme a las barras del parque
aquel que de pequeño llenaba mis horas muertas,
aquel del que solo resta un dibujo en mi memoria,
una entelequia sin croquis ni aparejador.
Hoy estoy aquí, en este banco, mirando a ayer.
El panadero me avisa de que el pan ha salido,
me levanto sin convicción, sin ganas de morderlo,
pero mi impulso me hace ponerme erguido,
ando y adelanto la mano para pagar; por contra
el chico pone el pan sobre mis dedos, en una bolsa.
Giro la cabeza y con ella el cuerpo y vuelvo al banco,
me siento, retomo el ayer y engullo el pan
sin tomarle el sabor, porque la atención y con ella
los sentidos están en lo que fue, no en lo que gusto.
Hoy soy lo que soy, un resistente que vive
porque es la costumbre y espera salvación.
Ayer fui lo que fui, un ignorante de la almendra
que rodea la apariencia, la simulación baldía
de una vida que se vive por que hay un carro detrás,
que tira sin que puedas evitarlo porque no se ve.
—todo lo esencial está fuera de la vista, invisible...
Sí, ayer y hoy. Dos caras que se dan la espalda,
a modo de un Jano que añora la Roma que fue.