Sin palabras que invadan la oscuridad
llegarán las horas olvidadas del tiempo,
los días con sus viejas heridas,
quedamente quejumbrosos,
sometiéndose con cenizas y sombras,
exasperantes, amenazándome con consumirme,
sobre la tierra amontonada de las memorias,
sin ninguna balanza del gozo y los pesares,
inclinándose sobre uno u otro lado
creyendo renacer o morir
con formas que se desprenden de las sombras
como hojas secas que caen y se arrastran
que se derrumban como paredes grises
mientras mis manos se cierran, vacías,
sin nada de lo que me rodea
sin nada de lo que fue mío.
Me envolveré en las almohadas,
para alejarme de las nostalgias,
para no mirar como se hunde el cronómetro,
en el hoyo enorme, como rostro de la noche,
que se asoma entre las esquinas,
del crepúsculo vespertino,
donde se silencia el canto de las aves,
y solo queda la persistencia,
escuchando el todavía,
el demasiado tarde,
y se arrostra el sufrimiento,
para vencer el tiempo,
cuando la mirada vacía,
se llene de esperanza,
y la piel envejecida,
se redima en polvo y aire,
y el silencio sea eternidad,
y la oscuridad sea verdad.