Estoy escuchando el Concierto para oboe
en La menor
de Vivaldi
y ahora el disco está reproduciendo el Allegro
que me llena de un sentido
de nostalgia tan fuerte que casi no logro explicarme
cómo pueda conmoverme hasta las lágrimas
la nostalgia de la laguna
vista desde una ventana
que por cierto estaba abierta ese día
en que Vivaldi lo creó y escribió
en una hoja pautada
pero no lo estoy escuchando como sería justo escucharlo
en el silencio más absoluto
sino
desenredando los sonidos purísimos
del ruido de fondo
de la estructura del edificio en que vivo
los ruidos de los aparatos funcionando en el sótano
y en cada uno de los pisos
asomados al pozo de luz
los ruidos de los aspiradores
de las heladeras
de los televisores
mezclados con el ruido incesante del tráfico
de las calles que me rodean y envuelven
pero no voces de personas
ni voces de mujeres
ni de chicos y chicas
de jóvenes
de viejos
como si no hubiera
siquiera un ser humano en el mundo
sino solo aparatos y máquinas
y pienso en las voces
que sin duda llenaban su espacio
mientras Vivaldi escribía
las notas del Allegro
las voces de hombres mujeres y niños
marinos y gondoleros y vendedores
llamándose y hablando de un punto a otro del espacio
en el silencio absoluto y purísimo de la laguna.