La tarde melancólica
desliza muy serena
y escucho de una quena
su nota muy bucólica,
con ritmo cadencioso
de regios coloridos
que llenan mis sentidos
de ensueño luminoso.
Pintada de fulgores
contemplo la sabana
que hermosa y soberana
la miman ruiseñores
con trino wagneriano
que tiene el gran arpegio
del dulce sortilegio
del violín parnasiano.
El viento acariciante
sacude los laureles
sintiendo que Cibeles,
hermosa y deslumbrante,
les dio magnificencia
de nobles caballeros
que adornan los senderos
con gallarda presencia.
El cielo lo contemplo
con rayos estelares
que son regios altares
de magnífico templo,
que lleno de pureza
nos muestra su hermosura
con esa luz tan pura
de celestial belleza.
De pronto a la distancia
observo una figura
bordada de ternura
y mística elegancia;
su rostro tiene lumbre
de un ángel refulgente
con esa luz ingente
de tierna dulcedumbre.
De sus labios emanan
sonrisas luminosas
tan regias y gloriosas
que mil sueños desgranan;
sus ojos me parecen
dos rayos de topacio
que inundan el espacio
y mi alma la estremecen.
La luces del poniente
con su color violeta
enmarcan su silueta
con aura incandescente,
con la estampa impecable
de una bella vestal
que con paso triunfal
a nada es comparable.
Me quedo embelesado
mirando que se aleja
y en mi memoria deja
su rostro inmaculado.
¡Entonces con ternura
su encanto lo disfruto
pensando que es el fruto
perfecto de Natura!
Autor: Aníbal Rodríguez.