¡Oh, amor que llegaste tan noble y preciado!
Pues digo: —«a tu lado la gloria encontré»;
tus ojos; luceros muy tiernos, divinos...
tus labios; caminos repletos de fe.
Fue justo el momento poder encontrarte
y así dedicarte la viva pasión.
El cielo es testigo del alma encendida,
te entrego la vida y así el corazón.
Los días son justos y dignos arcanos;
la boca, las manos y hasta la nariz.
La noche es perfume que exhala pasiones
de dos corazones con fuerza motriz.
¡Oh, amor encantado que sabes mis miedos,
mis dudas y enredos que el cielo me dio!
Te entrego estos versos de signos sutiles,
pues, te amaran miles... nadie como yo.
Samuel Dixon