Si no existiese la muerte
no necesitaría tan ardientemente
el arte.
—Pablo Neruda.
Me pareció verte besarte con un chico,
contra la pared tú, él tapándome la vista
—yo miraba desde abajo la escalera—.
Entreví una pasión en la escena, una pasión
impregnada de alcohol y con él las avenidas
de sexo y rocanrol arrasando las venas.
Entendí que no eras tú pero me viniste a visitar.
Creí que ya eras tan solo la protagonista de un episodio
que ya leí y que no descarto volver a leer...
Él tenía barba —de lo que yo carezco—, con fama
de ir a pillar cacho todas las noches en ese bar,
no podía dar crédito verte con él, aunque las ganas
no entienden de conveniencias ni méritos, no eras ella.
Subí las escaleras tras desaparecer ese momento, él
escaleró con ella hacia arriba y yo salí del bar perplejo.
No daba crédito al truco de magia que la mente me hizo,
era como si un cartomante transparente se colocara
ante mí y me hiciera un arte de ilusionismo.
Salí del bar, decía, subiendo las escaleras, por la puerta
que acompañaba a la escena y recorrí el camino a casa
pensando en como la vista no siempre es fiable.
Fuiste un amor de verano, un amor que me ha dado
tanto pábulo literario que su eco parece una repetición
inasequible, infinita, un pozo sin fondo.
Fuiste y eres imposible, y debo seguir adelante, pero...
Necesitaba contarlo.