Qué duerma tu esqueleto
sino al sol de invierno,
sí al este de un paraíso
inextinguible, que yo haré
de la derrota de tus huesos,
un discurso hostil a los
decretos, oh niña muerta!
Sobre los ferrocarriles,
entre teas incendiadas,
te fusilaron, niña, a ti,
que a nadie dabas la espalda.
Y ahora, que andas medio muerta,
cuesta abajo con tu desierto,
te quieren asesinar labios y escopetas.
Sangres derramadas te reclaman
por eriales y por zarzas, con perros,
te buscan, para darte caza, señorones
de mirada pétrea, congelada.
Qué permanezcan frígidas sus esposas,
y rígidas, sus alcobas sin auroras.
Su semilla se seque y se agoste, para siempre,
por una multitud de generaciones sin memoria.
Las ambulancias que no te asistieron, se queden
paralizadas por el miedo, y el médico que decidió
cortarte las venas, se asombre al ver el sol salir de nuevo.
Tú besarás ya el viento, y él, la penumbra de sus sótanos,
llenos de huesos de cerezos.©