Esa tarde cuando el arcoíris bañaba la montaña. De mi alma teñida de anhelos brotaban hálitos de felicidad, te imaginaba junto a mí entusiasmado. Luminosos destellos cubrían el horizonte, era el amor que abrazaba mi corazón y yo, ni sospechaba.
Llegaste a mi vida alejando la gris melancolía. Cuando la sonrisa se escondía en lo profundo de una mueca y un velo de pesimismo cubría mi rostro. Aquel ayer se escabulló hacia el limbo del olvido, ante el bien que ahora se ha posado en el umbral de mi vestido. Llegaste tú, pincelando mi vida de animados matices. Chispazos de esperanzas y sabores plasmaste en mi boca y en el alma.
Hoy mi comportamiento es diferente, disfruto del más mínimo detalle, risas sonoras y brillos celestiales. Mis labios y mis ojos cantan al compás de la aurora que me mira desde lontananza cuando surca la colina, y me quedo inmóvil disfrutando del extenso paisaje.
- ¡Felicidad! -creí que nunca te alcanzaría. Ahora te aprisiono entre mis manos. Cerré mi puño para que no te escaparas y te beso también agradecida.
Eres mi cetro de destellos de ocasión cuando contigo engalanada canta la mañana. Me asomo a la vida con una sonrisa grabada y aferrada a ti cruzo la savia que me muestra visiones proféticas de fértil ensoñación.
Antaño, mi triste rostro no era capaz de regalar una sonrisa. Hoy llegas tú, y te posas en mis labios ahuyentando las penas acumuladas en mi alma. Paz, gozo, esperanza se mudan ataviadas. Inquilinas que cantan en el fondo de mi alma, gritan al mundo que el corazón reboza de bonanza contemplándote cada mañana ilusionada. ¡Quédate!, no te vayas destello que hoy llegas a iluminar mi espíritu.
Autoría: Ma Gloria Carreón Zapata.
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