Tu llegaste a las puertas de mi vida
y cruzaste el dintel sin mi permiso;
y fingiendo brindarme el paraíso
en el alma me abriste enorme herida:
Te marchaste sin una despedida,
no dejaste siquiera ni un aviso;
pues parece te gusta lo improviso
para herir de manera tan torcida.
No te niego que estuve con tristeza
y soñaba contigo diariamente;
pero pude vestir de fortaleza
y olvidar tu mentira tan hiriente;
y buscando de amor su gran pureza,
¡encontré de su luz el rayo ingente!
Autor: Aníbal Rodríguez.