Son lugares comunes que vuelven,
siempre vuelven... insistentes
y recrean esas semejanzas
a hechos sentidos.
Caracolea el tobiano
con su indómito brío, consentido
y el jinete amado fantasea
de domador altivo.
Se escurre una coral de negro
y rojo fuego, en el pastizal.
Un zorro colorado atisba astuto
y se oye el alarido de una chuña.
Sin ser talabartero
trenza cueros, el hombre,
dejando en ellos sus manos
y arraigadas y endémicas penas.
Enfrente, una casa blanca
con aspecto de capilla
y un ajetreo querido
que rompe el estival letargo.
Y se escucha de fondo un bullicio
de chapoteos y risas,
que pueden sobreponerse
al estrépito del río.
Y vuelven esos lugares,
vuelven sin que los llamen,
sin que uno los nombre, vuelven,
como si supiesen...
que los necesita el alma.
De mi libro “De alboradas y de ocasos”. 2005 ISBN 987-9415-21-3