¡Oh!, mi Bien, que reine la esperanza.
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Tú que me observas desde el cielo errante,
ayúdame a poner paz en el mundo,
a rescatar sonrisas de un profundo
abismo, oscuro, frío e inquietante.
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¡Oh!, mi Bien mi divino acompañante,
no me niegues la mano si me hundo
en un crisol de guerras nauseabundo;
prefiero ser un soplo refrescante
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que pueda dar aliento al olvidado,
amor a quien jamás lo ha recibido
o alegría al pesar y a la añoranza.
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Quiero dar un instante apasionado
a quien pueda sentirse confundido.
¡Oh!, mi Bien y que reine la esperanza.
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