En el valle de las manzanas me ven como la pera podrida, tan virtuoso como desdeñoso a la vista.
Aún en la delicada ternura de la piel abstracta, provengo de un peral silvestre.
Sírvete de la dulce locura del Sur y la insípida cordura del Este.
Y cuando por fin tengas miedo de seguir elevándote, suéltame y deja que los pies en la tierra te hagan amantes de los bichos y hortalizas; tal vez, un tomate te mostrará un pequeño jardín, pero cuando caiga la noche con su telón oscuro y duelo de estrellas, no habrá manera de ocupar tú lugar en las alturas.
Aquí en la cúspide no tememos al despojo de los tucanes, tampoco al iracundo viento de noviembre, ni mucho menos a estaciones o al retorno de los corta árboles.
Mi aposento está en las alturas, mi fortuna es conseguir tú compañía para elevarnos eternamente.
Para elevarnos eternamente...