Conversaciones con Agustín. Lo encontré sentado junto a un eucalipto gigante escribiendo poesía. Estábamos en Lunda Norte, tierra que siempre nos ha gustado. El pueblo de Lunda es pacífico y paciente. Era un refugio para nosotros que curiosamente éramos opositores. Pero la cultura nos unía y discutíamos la métrica de los sonetos. ¿Cómo era extraño? Y cada uno venía de un lugar que el otro desconocía. Pero éramos buenos amigos. Evitamos la política que nos separaba. Pero al ser humanos y conscientes sabíamos superarlo. Los barrios que los alrededores de las grandes ciudades, los “Musseques” eran algo que nos unía. Escribimos de la misma manera el dolor de los que más sufrían. Usé la rima perfecta, pero Agustín la imperfecta, pero en un sonido de palabras que solo él podía escribir. Un día en nuestros encuentros escondidos en los bosques de las Lundas me pidió que nunca lo olvidara. No imaginábamos el futuro, aunque sentí que tarde o temprano tendría que volver. Por eso, Maestro Agustín, le pedí a un joven que me dibujara este cuadro, simbolizando las silenciosas tertulias en las que estaban ocultas las banderas.