No he abandonado tanto a nadie como a mi, al querer condescender en aquellos entendimientos que me suenan tan ajenos. He mantenido ocultas tras la arena, las salidas posibles, las pasiones de ir hacia donde nadie más quiere ir conmigo. Encerrado en el supuesto de que alguien acepte estar acompañándome en cada sitio donde siento la necesidad de estar. Por qué esperar... por qué esperar a quien no ha venido a quien no ha estado a quien no existe, por qué no hacerme frente y darme mi propia compañía.
Atreverse más y pensar menos, es complejo combatir esa falta de principio y solo ahí me he quedado, pero se ha desparramado en mi interior la manía de querer adentrarme en el misterio de lo que hay, más allá de esas sensaciones tempranas a las que me he encadenado de manera constante y se han cercenado.
Esa falta de coraje me tiene putrefacto, me tiene frente a la puerta del destino, esperando solo un soplo profundo.
No hay otros obstáculos frente a mí mirada, sino los que hay dentro de mi cabeza.
Estoy aquí, en una confesión conmigo mismo de cara a la vida, sin certezas, pero con claridad. No es de mi ausencia esta voz escandalosa que sacude los espantos. Hoy necesito el valor de pertenecer, a nadie más, que a mí mismo.