No quiero a la mujer empoderada,
mucho menos la “mamá luchona”.
No quiero a la feminazi,
mucho menos su “sororidad”.
Amo a la ama de casa
que sueña ser madre algún día.
Amo a la prostituta
que es defensora provida.
Me enamora la temporera,
me atrae la drogadicta.
Me enamora quien no habla de más,
que da amor a cambio de nada.
Anhelo a la chapada a la antigua:
castidad ante el lecho conyugal.
Anhelo a la patriarcal
que se viste sin provocar.
Justina y sus infortunios de la virtud,
mi alma gemela.
Julieta y sus prosperidades del vicio,
mi opuesto sin más.
Porque mujeres “fuertes” hay muchas,
tantas, que parece una moda.
Pero tras ellas, en la umbra,
yacen las que amo y son criticadas.
Las que son vejadas y calladas,
objetos de desdén y burlas,
femineidades que son nada,
nada… para esta sociedad actual.
En mi mente no hay excepciones:
quien no agradece es malnacida.
En mi corazón no hay diferencias:
el rostro humano de las mujeres.
Lo que callamos las mujeres.