La Ficción pertenece y parte de la realidad, no se sustrae a ella. Supone una evasión no operatoria de la realidad. Cuando asistimos a una representación teatral no salimos de la realidad sino que nos adentramos en una dimensión no operatoria de ella. Supone el exilio de lo operatorio nada más, no podemos abandonar la realidad sino muriendo.
—Jesús G. Maestro.
La lluvia me caía
sobre la cara.
A pesar del empape progresivo
del ropaje rehusé cubrirme,
descarté de entre las posibilidades
hacerme salvar por ese soportal,
ese que veo a cincuenta metros,
quiero sentir el agua disolviéndome
los miedos, quiero formar parte
integrante, intrínseca de su nomenclatura.
La lluvia sigue cayendo, y cada vez
con más intensidad. El delirio de disolución
parece seguir su paso incesante.
Mi memoria —con tanta agua por entre
mis rincones— se me reubicó en el amniótico
líquido que me sirvió de hábitat, allende los tiempos.
Me sentía seguro, núcleo de una calidez
a salvo de imprevistos y lobos hambrientos,
me sentía por momentos volver al seno
de mis surgimientos y empezar de nuevo.
Reseteando.
La lluvia no cesa y mi decisión de sumisión
sigue sin ser asequible al desaliento.
Sigo firme en mi propósito ecuánime
de dejarme erosionar por esta intemperie,
este diluvio vivificador que me renace,
que me refunda mis cimientos y me deja exhausto.
Sigo firme en el mismo sitio, en el mismo punto
geométrico de esta calle céntrica, con numerosos
resguardos alrededor que descarto, deshecho,
con un desdén propio del orate, del inconsciente.
Siento una voz llegar a uno de mis oídos,
me pide subir, secarme y refugiarme bajo el calor
hogareño de una manta, poner la tele, ver las noticias,
dormir con los documentales de la 2 y olvidar esta performance,
este desafío a lo establecido, este discurrir según una lógica
dada y consagrada, este impedir que el yo salga por los poros.
Sigo en mis trece, que ya son catorce y quince
de tanta testarudez y sinrazón; me voy disolviendo...