Sierdi

HOJA EN BLANCO

 

La encontré, entre viejos rebujos, en una rinconera.

Absolutamente virgen, impoluta.

Nadie la había conocido jamás…

Aunque adulta, era candorosa, era distinta.

 

Calladamente, esclarecida, como una alborada en el desierto.

Agachada y enmudecida, suplicaba trazos.

 

Mi humilde tinta, yacía seca.

Ni para tildes…

 

Después de tumbarse, con un exuberante pétalo,

de membretes dorados.

 

Les contaré, lo que sucedió...

 

La llevé a casa, en mis brazos.

La recosté en la cómoda.

La consolé dócilmente.

Le entregué, todas las las, con que se atavía a una hoja.

 

Le prometí un amor intachable.

Nunca, nunca, tentaría a ninguna otra…

 

Lógicamente, eso era mentira.

Aunque ingenua, mi tesoro comprendió…

Que ese era mi trabajo.

 

Lo que le pude cumplir,

Es que, sobre su piel,

Escribí, sin borrones, nuestra historia.

 

Y son estas lindas letras,

Que a ninguna otra, le volveré a decir…