Entraste en mí,
sin permiso,
como ola marina
empujada por un aire necio
hasta el fondo de mis huesos.
Entraste en mí,
sin licencia,
como rayo de sol quemando
mi piel marrón
volviéndola ceniza.
Entraste en mí,
sin visado,
como estrella protectora
de mi sombra
con tus brillos pardos.
Entraste en mí,
sin autorización,
como cómplice lunar
de mi espacio
preservado.
Entraste en mí,
de día o de noche
y te quedaste
hasta la muerte
en mi alma
y en mi mente.