Érase una vez,
que sobre un lienzo cristalino,
un pintor, sin dudas, divino,
su obra allí plasmó:
Al cielo, un azul le dio,
y más intenso al mar bravío,
y cubrió de nácar frío
las cumbres de las montañas;
a las sabanas les dio verdor
y ríos que las inundan,
y en las mañanas... la bruma,
que las hace palidecer.
Pintó árboles por doquier,
hasta formar espesas selvas;
llenó de seres vivos
todo lo allí plasmado,
y a los cielos los circundan
... animalillos alados.
Distinguió en su lienzo
la luz de las tinieblas;
para la luz del día... pintó un sol,
y para las tinieblas, la luna llena.
Aquel lienzo cambia de aspecto
con la temperatura del lugar,
si hay frío... llueve y cae nieve,
si hay calor... flores aparecerán.
Todos quedan extasiados
con el arte de tan gran pintor.
Todos se deslumbran con su obra,
no todos reconocen al Creador.
xE.C.