Desde la luz hasta la conversión
del átomo iracundo, que destruye,
y lanza la infamia al mundo.
No, parad, ¡qué paren todo esto!
Yo, aquí, sin ir más lejos, solo.
Yo, aquí, estando inmóvil, bajo la niebla.
Yo, aquí, estático, mudo de repente.
Aquí, aquí, ¡siempre! Sí, parad.
Que los ángeles interrumpan esta inercia.
La electricidad retorne a sus fuentes.
Quiebren mis latidos por las esquinas,
de una vez por todas. Que vengan
los ruidos del devenir constante, mas
este instante, pase mudo, inmóvil, sumergido
en sus azules aguas. Que los brazos, en fin,
restablezcan su ímpetu de columnas, y quede
yo, estuario disperso, infinitamente desnudo.
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