Llevaba un buen rato buscando en el supermercado algún producto que no hubiera subido de precio, cuando me encontré con una caja de galletas al mismo costo preinflación. ¡Oh, milagro! Pensé en un primer momento. Me lancé a por ella en plancha antes de que alguien se me adelantara, pero cuando la cogí supe que algo no cuadraba. En ese momento me sentí más fuerte que nunca. Era como si mi musculatura hubiera recobrado el vigor de hace 20 años, hasta que me dí cuenta de que la caja llevaba la mitad de peso en galletas que cuando yo la compraba a ese precio. La caja se había ahuecado. Mismo volumen, mitad de peso. Hice un cálculo rápido, dividiendo el mismo precio por la mitad de peso, y supe que se había encarecido un 50 por ciento.
Tremendamente decepcionado, seguí buscando por todas las secciones de alimentación mientras miraba mi lista de la compra, a la que ahora llamo tuit, por estar limitada a 50 caracteres. Comparando precios me topé con un par de huevos a la plancha envasados al vacío, por el módico precio de 2 euros (a euro la yema) y quise creer que provenían de la gallina de los huevos de oro.
A punto de tirar la toalla, vi una bolsa de pipas con sal que mantenía el mismo precio de hace un año. Para no volver a caer en la trampa, miré su peso y ¡también era el mismo! Sin poder creérmelo, y más en las pipas, porque los derivados del girasol son de los productos que más han subido, llené el carro de bolsas de pipas y me fui disparado a la caja rápida. Rezando para que la cajera no me dijera que se trataba de un error, pagúe las pipas y me fui a mi casa.
Ya por la noche, me dispuse a ver una película mientras comía pipas, y al abrir la bolsa, solo pude encontrar 5 pipas enterradas entre la sal. Al menos tengo sal para freir huevos hasta que me muera, me consolé.