Halo de luz
que tanto encandilas
los ojos de aquellos
ciervos en tu dominio,
cuyas miradas
tornan hacia ti,
hambrientas por saber
que nuevo mal entrañas
para estas pobres
almas condenadas
al total servicio
de tu insaciable apetito.
Sujetos al hilo
eterno y maldito
de tu mano
sinuosa y omnipotente,
sembradora de agonía;
señal inminente
de suprema desgracia,
de control absoluto.
En tu santuario
nos vigilas
desde tu imagen
expiada del pecado
fabricado por ti,
esparcido por ti,
absuelto por ti,
heredado a todos
tus fieles recipientes
de fe devota
a un palacio
intangible y distante.
Tu ala permea
destellos titilantes
de promesas repletas
con huecos sin fondo,
que nos guían
arrastrando
a nuestro
espíritu abúlico.
Una simple idea
que humecta
en placer esta
efímera existencia.
¿Por qué abandonas,
torturas y devoras
a tus hijos, sólo para
exigir ser adorado?