Como potro salvaje fue rebelde en vida.
Desde muy joven tomó las riendas de su destino
y se enfrentó a la cofradía,
que según él, siempre le acechaba.
Algunos jamás lo entendieron
o siempre le temieron
pero la fanaticada que siempre le seguía,
supo valorar justamente su causa,
porque en cada partida reinaba la osadía,
siempre chocaban las espadas.
Palmo a palmo fue recortando las distancias,
y un día fue el mejor,
incuestionablemente el mejor,
y la corona mundial brilló entonces con un fulgor inédito,
pulida en batallas hasta entonces desconocidas.
No importa que después desdeñara de ella
sin apenas disfrutarla:
la puso en manos del Príncipe Karpov
(que dicho sea de paso, resultó digno de ella)
pero sin renunciar jamás al cetro,
que a espaldas de todas las leyes
defendió contra Spassky,
en la demorada revancha.
Y con su ausencia inesperada el mundo del tablero
se llenó de incógnitas,
y el ajedrez mundial, de nostalgia
aunque maestros y aficionados,
nunca dejarán de repetir sus partidas,
y contar anécdotas ya añejadas.
Nadie como él maniobró la caballería.
Fue esa una de las características de su juego,
Recordemos al menos una de ellas,
que dio la vuelta al mundo en pocas horas,
(en días en que la electrónica apenas se conocía)
de la cual fui testigo jugada a jugada,
porque fui el mensajero que tras bambalinas,
llevaba y traía en cada partida
los lances que los contenientes se cruzaban.
Fue una lucha corta, pero violenta.
Batalla campal en los predios de la Gotemburgo,
porque jamás Fischer rehusó un gambito,
(jugarle un gambito era peor que una herejía declarada)
Su oponente de ese día fue Tringov,
y proponer a Fischer el gambito del peón envenenado
fue un verdadero reto, en plana cara.
Tringov era un experto en la materia,
lo había jugado antes, con blancas y con negras,
y eso hizo más desafiante el desafío a puñaladas.
Pero la Diosa Caissa de cuando en cuando,
toma decisiones frias y arriesgadas,
(Kasparov bien lo sabe y bien lo dice),
y el torneo de La Habana resultó el lugar perfecto,
para que el Ajedrez ocupara los primeros planos,
con las mejores jugadas…
Y por primera vez en la historia de los grandes torneos
los contendientes de una partida
(las partidas contra Fischer)
no se enfrentan tablero de por medio,
en la misma sala.
En este caso Fischer juega desde Estados Unidos,
y sus oponentes desde La Habana.
Por eso en esta partida Tringov juega desde Cuba,
en la sala del Torneo Internacional Capablanca In Memoriam;
y Fischer, desde el Marshall Chess Club
en la ciudad de New York,
jugando la partida a distancia,
sin ser a distancia.
¿Y yo quién soy, simple mortal, juguete del destino?
¿Por qué aparezco aquí, en medio de la batalla?
¿Qué papel me ha asignado la suerte de tener suerte?
Pues con solo 17 años, ya daba los primeros pasos como árbitro,
y entraba por la puerta grande,
o la mismísima Historia me empujaba.
Seguramente fue la diosa Caissa,
quien me designó para ser el mensajero,
que llevaba y traía las jugadas.
Simple misión…
¡Servir de intermediario de cada jugada!
Desplazarme constantemente
entre la mesa del oponente de Fischer
y el teletipo que trasmitía las jugadas,
escondido tras las cortinas del gran Salón Embajadores,
porque el aparato hacía mucho ruido
y molestaba.
Y así comenzó la partida,
por los trillados caminos del “Gambito del peón envenenado”,
pero sin antídotos, cada quién con sus propias armas…
ante un público donde siempre hay algún aficionado conocedor,
que narra a todos la lides de la batalla.
De pronto la teoría se acaba y Tringov muestra sus armas.
Se lanza por un camino inexplorado,
que seguramente ha explorado en el silencio de muchas madrugadas.
Fischer acepta el reto y se mete, con la fiera, dentro de la jaula.
El público huele el peligro y las gradas enmudecen.
Todo indica que Fischer ha caído en una mortal trampa.
En la sala de juego la tensión crece por momentos.
Hasta los Maestros participantes,
indiscutibles figuras mundiales,
piensan que Fischer ha perdido esta batalla.
Por las redes internacionales de la época
ya casi se anuncia su derrota,
mientras junto al teletipo,
detrás del telón de la sala de juego,
un pequeño tablero de comprobación
reproduce la posición actual de la partida;
y este humilde servidor de Caissa,
testigo único y afortunado del gran momento,
simplemente espera…
¿Rendirá Fischer su Rey?
Gran noticia sería, algo para contar a mis futuros nietos.
¿Cómo es posible que el joven genio aceptara el reto,
sin tener un antídoto, sin haber previsto nada?
De un momento a otro llegará la rendición,
y mi joven vanidad tendrá algo nuevo para contar…
Más de pronto se activa el traqueteo del teletipo,
que asemeja una ametralladora que lanza jugadas sin parar.
Llega la respuesta de Fischer, pero no se rinde…
Miro la jugada en el tablero y no comprendo nada.
Solo un simple movimiento de caballo,
cuando la muerte lo acecha…
¿Será un error mecanográfico?
Verifico en New York si la jugada es la correcta
y la confirmación llega tarde,
porque en breves segundos comprendí su sentido,
y soy el único entonces que en ese minuto histórico
conoce lo que ocurrirá:
¡La jugada del siglo ha llegado ya!
Salta por fin la caballería Fischeriana…
Un inesperado caballo salido del misterio,
detiene el tiempo en el mundo del ajedrez.
Cambia el rumbo de los destinos en una sala jugada.
El público enloquecido corre para todas partes.
Los árbitros no logran calmar a la fanaticada,
que disfruta sin control este “GOOOL” ajedrecístico,
que en el último minuto Fischer saca de la nada.
Ese fue el comienzo del final…
Ahora todo queda claro,
es realmente Tringov quien ha caído en un abismo.
Ahora, en pocas jugadas,
una enardecida caballería fischeriana,
ataca violentamente,
encerrando sin remedio al rey oponente
en una impensada red de mate Fhilidor,
que fue iniciada con el salto del caballo mágico,
sin importar las madrugadas dedicadas porTringov,
sin imaginar lo que vendría después.
Frank Calle (23/ dic/ 2019)
Homenaje personal, 54 años después.