En el abismo de tu porte me sumo,
sin ninguna posibilidad
de lograr –luego- una escapatoria,
me apresas condenándome a las caricias
que provienen sublimemente de tus manos
y la miel del ósculo cuyo origen es por supuesto divino
en la comisura de tus labios,
son los tuyos propiciadores de mi gloria.