La meta está en el propio camino. El hecho de ponernos en marcha le da sentido a los pasos. Desiderátum. No hay ningún escritor que no sea un entusiasmado lector. En esa deuda eterna con los poemas de los otros se fraguan los poemas propios.
—Diversas anotaciones a voleo de escritos y vídeos.
Sí, es cierto. Es como me gusta escribir,
sin apenas reflexionar, o al menos en mi consciencia.
Me gusta soltar el cálamo y dejarlo a su libre albedrío,
que mis barreras no las sean para él, que disfrute
como disfruta un perro que ve que su amo lo libera,
que siente que por fin, después de una larga espera
solo, en casa, puede salir al exterior y retozarse a su sabor,
hacer lo que le plazca sin tener que ceñirse a unas normas
de civilidad que no están hechas para él.
Sí, soltar los dedos y que sea una fuerza anónima, ignota,
la que tome el mando de las operaciones, y a modo de
piloto automático vaya navegando a buen o mal puerto.
Sí. Se trata de abrirme un paréntesis de apenas media
hora para no pensar, para abrir la llave de un grifo
del que brotará agua o vino, no sé, pero lo que brote
será acuencado en esta hoja sobre la que escribo
y recibirá de mi parte, igual que un hijo pródigo, mi cuna,
mis brazos y mi casa para su asueto y descanso, sí.
En un principio —allá por los primeros poemas—, como
si aprendiz de brujo fuera, estaba por tomar buena cuenta
de los rudimentos de esta ciencia, las ritmologías clásicas
y todo el conocimiento que un neófito debe adquirir
si algún día quisiese oír de otros la palabra «Poeta»;
ahora, esa palabra, que me parece megalítica, es una utopía
su alcance, he renunciado a perseguirla como antaño
lo hacía en sueños, y me limito a disfrutarla de lejos,
a jugar a que la tengo entre las manos y la moldeo
como plastilina de colegio, y darle la forma y el fondo
que mi torpeza llegue a pergeñar; solo eso, que es bastante.
Sí, sigue siendo cierto —como al principio de este cuento—
que, como mi proyecto no es una empresa material sino todo
lo contrario, camino hacia el interior de la tierra —Jules Verne
mediante— que me sostiene y me da pábulo, a mi centro,
y por ese motivo abro este grifo, un orificio en la piel de mi
alma por el que vaya saliendo, poco a poco, la linfa que
aguarda dentro, y que llora por salir —y eso, créeme, da gusto.