Después de vivir
la primavera loca
de la juventud,
que día a día,
se desvanece sin pausas,
abrazada a la alegría
de vivir en plenitud.
Llega el verano
en la que el hombre
siembra el grano
que lleva en su simiente,
la esperanza de la cosecha
que sostendrá su vejez.
Mas el otoño llega
y las penas lo abruman,
mojadas por un rocío
de lágrimas.
que no le perdonan,
sus muchos desvaríos,
y sus faltas de amor.
tanto como lo alegran,
muchas veces. los recuerdos
de sus aciertos
y de sus bondades .
Así, lo sorprende el invierno,
que trae en su mochila
un frío de glaciar
que por lo fúnebre,, intranquila,
como si anunciara la hora
de volar al cielo
en un partir, sin despedida.