Las rosas, hermosas flores que endulzan las tardes al sol que vislumbra mi alma cuando pienso en el bien de la vida. El rocío las refresca por la mañana y las gotas de agua suben por los pétalos como irisados diamantes engastados en cálidos rubíes apasionados. Las rosas del ramo que seleccioné -¡Las más hermosas!- son para ti. Con deleite veo tu mano tomarlas de la superficie de marfil. Sedosos, tus dedos prenden suavemente el exhuberante ramillete envuelto en adornado paño, y delicadamente atraes a ti el regalo, mientras va llegando a tu ser la fragancia de un amor incandescente, que se derrite como cera de la vela de una noche de verano, que hace refrescar tu piel, mientras te acurrucas en las sábanas para buscar el calor que anhelas y deseas pues esas rosas dicen: Mía.
Halagada por tan segura afirmación, estrechas el objeto contra tu pecho, y te estremeces en el cándido calor de la invitación afirmativa. Significa tantas cosas ser mi amada, ampara tanta paz la bienaventuranza, que recuerdas el barco que estrenamos con el nombre de La Bienamada, cuando surcamos el mediterráneo a vuelo, mientras sonaba el acordeón que compré para acompañar tus soledades, en esos momentos que te sentías triste y no podías poner tu pie en el suelo, de lo delicado de tu ánimo, por la sublime esencia de tu melancolía.
Para ti, mi vida entera, y una esperanza que brilla como el sol que se pone más allá de la tarde, más allá del horizonte, debajo de la tierra, donde brilla.
Que mis mejores deseos hagan iluminar tu rostro. ¡Alégrate!