Inmerso en la soledad de mis atardeceres la veia pasar como estrella fugaz, iluminando el universo de mis recuerdos.
Aún conservaba reflejos de esa desbordante belleza de su época primaveral.
Me sonrió y esa sonrisa traicionó su secreto velo de flor marchita en el otoño de la vida tratando de pasar desapercibida.
La saludé y la sentí cohibida por una timidez, que le delató esa ansiosa esperanza de dejarse interceptar por esa persona que de tarde en tarde le desordenaba el compás de su ritmico andar.
Pero se dejó abordar he ingresé a su infinito mundo de nebulosas y descubrimos estrellas lejanas en nuestros universo de recuerdos.
Siempre nos amámos en silencio, pero nunca lo supimos, yo la amé igual que ella a mi, pero la inmadurez en el inmenso universo de la timidez nos impidió explorar nuevos mundos, nuevos horizontes y nos sumergimos en un agujero negro que devoró la luz de nuestras ilusiones alejandonos como se aleja un cometa a los confines del olvido.
Pero ese olvido no fue a las tinieblas de lo eterno y al igual que ese cometa regresa una vez más a visitar a su antiguo astro de luz perpetua, nuestras órbitas se volvieron a cruzar en un fugaz momento y el tiempo se detuvo y tuvimos toda una vida de recuerdos de ese lejano mundo a paso de años luz y revivimos esos momentos de felicidad truncada cuando la fugaz estrella de nuestra timidez nos impidió abordar el asteroide que nos conduciría a esa galaxia en el irrealizable tabú del viaje al esquivo mundo de ese amor tan cercano pero tan lejos de dos conocidos que no pudieron conocerse en la totalidad de lo desconocido.