Miré hacia atrás
y nadie me seguía.
Estaba solo.
Era un rincón
al pie de las montañas,
en una vega.
Faltaba poco,
pensé, para llegar
hasta el refugio.
Arriba, el cielo,
cubría con sus nubes
mis sentimientos.
Quería, amor,
saberte en mi costado,
latiendo fuerte.
Quería verte
y hablarte, en el silencio
de aquella tarde.
Quería estar,
sin prisas, en tus brazos,
dormir en ellos.
Y descansar
de un mundo y sus miserias
del que escapaba.
Pero quedaba
un trecho, todavía,
que recorrer.
Y proseguí
la marcha lentamente,
hacia la nada.
A ese rincón
de magia y utopía
que son los sueños.
¡Bendito amor,
qué mundo de inocencia
tú nos ofreces!
Rafael Sánchez Ortega ©
18/12/22