Ben-.

Ecos-.

Qué poco sé.

Y se repite, en el eco,

la sustancia íntima

de ese, mi íntimo devaneo.

Fusiles cargaron, una noche,

contra mis ventanas; fusiles,

hechos de herraduras y de duros

excrementos. A qué hora

ocultarme, de tan ínfimos

y hostiles argumentos? Qué

poco sé, repite el eco-.

 

 

 

Yo no sé, no sé nada.

Le digo al profesor, que

me sacó a la pizarra.

Dejándome quieto, allá,

con el estrépito de la batalla.

Yo no sé, no sé nada, repite

el eco. No sé nada-.

 

 

 

Nada sé, ahora. Ni del viento,

ni de las persianas, que cierran,

milagrosamente, la madrugada.

Menos, del claustro, ni de las profecías,

ni de mecenas, que han de retirarme

su mirada. Sólo algo, algo sé

del viento azul de mis abuelos, ignorados.

De los dientes caídos al subsuelo.

De la sangre, como manantial, evaporada.

 

 

 

Miedo. El eco, repite la palabra.

Miedo. Las viejas y las locas, con

sus candiles, la subrayan. Miedo, miedo,

miedo. Y el eco, repite la palabra-.

 

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