Escudo acorde al arma arrojadiza.
Capas y entrenudos de Kleenex comprimidos al contacto con la piel, para absorber impactos sin edema pulmonar.
Titanio inoxidable en medianías para aquellas balas que lleguen a 10 en la escala de Mohs, y frenar con su enlace covalente lo que no puede el externo adamianto, tan cristalino de mi look de andar por casa.
Concluyendo, hay perversidades de laboratorio y estudio para las que mejor estar bien avenido.
Hasta aquí todo correcto, mamá naturaleza en su esplendor.
Pero la coraza que igual te salva del dolor, lo mismo te arrebata la herida.
Esa que brinda un mar de olas enbravecidas en tus ojos, que revuelven los bancos de arena, que hacen de los callaos chinas confortables
que masajean tus pies salvados de los callos por estúpidos calzados que evitaron desde infantes poseer cinco pulgares - sin preguntar siquiera y a la fuerza - como los pendientes de las niñas al nacer.
Deseo poder dejarlo en casa, en una percha.
O en la cueva de Batman si es preciso.
Pero qué será de mi a la vuelta de mis días, cuando toque la almohada.
Un aparejo no degradable, repleto de vida escuálida y fugada en su condena al sol naciente, que dejó la marea alta en aquel rompiente donde mueren los sueños de los hombres que nada quieren para sí.