Alma ausente…
Cielo descerrajado…
Nubes de hierros oxidados…
Espantapájaros vestidos de terciopelo,
ahuyenta las malas aves desgarradas.
El rayo, la nube, la sangre, la piel…
La piel que no cesa de gemir.
Me sumergí en tinieblas tenebrosas,
arañando la arena fangosa
de la ciénaga, buscando el corazón
dorado perdido entre sueños.
Mueren los espejismos…
Mueren las sombras…
Vuelve el vacío…
La ciénaga nos traga
con vómitos de sapo
cubriendo las eras vacías.
El rocío de arenas
llega al horizonte.
Ya no hay salida…
Es el desierto sin fin
que nos atrapa el alma.
Yo no soy yo,
Ya no existo,
Soy una nube que se disipa
en el horizonte,
entre cumbres que cubren
el vacío…
El cielo, esa bóveda celeste
a la luz de la luna, ilumina
la cueva de las tinieblas.
No, no soy yo,
soy una imagen en el espejo,
soy la parábola del viento.