Andrés Romo

Una rosa y una flor (cuento corto)

Ligeros sus pasos por el rudo laberinto,

al principio, fue guiado con el amor de sus brazos,

los pasajes, aún sin salida, eran hermosos,

verdes corredores bien trazados y lacios,

gratos ratos de profundos lazos.



Descubrió el amor filial en el abrigo de su madre, lo llevó de la mano por el laberinto de la vida, fue al principio un juego en el que jugó con alegría y con banalidad. Total, él era un niño, recorrió pasillos verdes tapizados de hojas y flores de mil colores, sus aromas confundían sus sentidos, sus pasos se mecían en las decantadas celosías de aquel camino, muchas veces se perdió, pero siempre la mano artera de su madre y su presencia lo acogían. Pero sus pasos fueron confundidos, un día lluvioso, de su madre sintió su ausencia, con tierna inocencia preguntó a ese que era su padre, ¿qué fue de mi madre? tu madre se fue al cielo, pero quiero que sepas que te daré madre nueva, a partir de ahí, los pasillos y las paredes de ese “sal si puedes” se convirtieron agrestes, toscas, ya no había color y mucho menos calor, solo el mirar al cielo le daba el valor, prosiguió caminando por el gris de los pasillos, muchas veces cayó, las paredes lastimaban la inocencia de su piel, aun así siguió, lastimado y vulnerable a lo que la encrucijada le infringía, pero llegó un día que al salir de un pasillo, observó un sutil brillo; Era la juventud que se presentaba como un gran caudal a la vida triste que había tenido. Llegó como tierno imberbe al gran jardín de los ensueños, recorrió las praderas, las colinas y los valles, quería saber por qué estaba allí, miró a las flores que le decían, ¡tú eres de aquí!, ven, busca tu lugar, aquí no hay que luchar, solo tienes que encontrar tu rosa, búscala, ella es tu hogar. Él sabía que tenía que seguir en el camino, en ese camino que su madre le dijo que existía, pero después de escuchar a esas flores, tenía que indagar en dónde estaba esa rosa que apartaba su lugar. Caminó por senderos de alegrías, recorrió bellos vados que en su hondar, se cubrían de tupidos y dorados pastos, al cruzar por un lugar estufado de espigos encontró a su rosa, su color contrastaba con los ampos campos del lugar, radiante, de singular belleza y lozanía, al acercarse, ella le preguntó: ¿qué es de tu vida?, sin pensarlo ni dudarlo, le respondió que su vida se encontraba en las manos del destino, que sin quererlo él, le imponía,  ella al verlo íngrimo y desamparado, amorosamente le dijo, busca una flor en este lugar que su aroma te plazca y llévate su olor, verás que ella te seguirá por los pasillos del amor, cuídala, ella será tu amor y será tu bendición, tú eres yo, y yo soy tu esencia, búscame al final de tu camino, en ese laberinto del destino, ve, no te detengas, este no es el final, no hagas caso de los aflatos ni de las hueras de las flores del lugar, toma el olor de tu flor amada y sal rápido de este umbral, sin pensarlo le hizo caso, recorrió otra vez el lugar, con cuidado observó y aspiró el olor de la flor que eligió, sabía que ella le querría, se alejó del lugar y se adentró en el laberinto de su vida.

Recorrió feliz y afable por los pasillos que la vida le imponía, con la compañía de su amada flor, no importaba si se equivocaba, a través de la travesía, su amor florecía, fueron muchos los pasillos sin salida, ¡oh, fueron muchos! pero su aroma y su amor le hacían más fuerte cada día, así fueron muchos años de recorrido con su querida flor y con los frutos de su amor.

Un día cualquiera se vio sin su amor y sin su compañía, se sintió morir, creyó que su vida terminaría, otra vez los pasillos del laberinto de su vida se convertían grises, rudos y agrestes, caminó lento y sin sentido, preguntando ¿por qué la vida le infringía esta lontananza? ¿ese dolor tan fuerte, como venablo a su corazón? no creyó seguir, solo el empuje de la vida y tener que respirar lo obligaban para seguir su andar, ya creía que moría, pero al final de los pasillos, después de errar en muros sin salidas, vio una luz, era como una luz amplificada, lentamente se acercó y en un extremo pudo divisar una pequeña flor, casi sin fuerzas, se acercó a ella y la pudo reconocer, era su rosa, era él ¡oh! como lo gozó, con un último aliento humano la tomó entre sus manos, sus pétalos estaban casi secos, su tallo, lleno de espinas aguzadas lo invocaban a tocarlas, con un intenso amor por  ella la abrazó y al abrazarla sus espinas todas se clavó, su cuerpo se fundió a ella en ese abrazo y esa flor hermosa, seca casi ya, con ínfima vida, absorbió de él el resto de su existir y también el amor que había dejado en otros brazos y sintió como su alma se desprendía de su cuerpo ahora añoso, ya siendo rosa, se vio cómo era y como sería. Fue llevada por el viento a un arco lleno de luz, de paz y de armonía, ahí había un gran jardín, sintió como una brisa amorosísima la plantaba junto a otras rosas, sus pétalos eran poesía y su tallo de amor verdadero y cada vez que el viento soplaba, sus pétalos exhalaban versos de amor.

Andrés Romo

 

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