rosi12

Arroyo seco

Que tristeza, me di vuelta, y la cañada que tenía cerca, tenía menos caudal de agua. Caminé entre algunas piedras, sortee algunos arbustos espinosos, con cuidado de no caerme. Por más que llevara calzado apropiado, nadie está lejos de una caída. Ni me di cuenta, no llevaba reloj, y llegué hasta una piedra alta, donde alguna vez, nos tirabamos, porque la cañada era más profunda. Me sentía toda una clavadista y expedicionaria. Los ojos de un niño tienen otra dimensión, y allí me había quedado en los recuerdos. La piedra no era tan grande en realidad. El sol estaba bajando, y entre la maleza, el olor a la tierra mojada, también me retrotajo, a los buñuelos, que mi madre hacía y compartiamos. No hubo otros momentos, más felices, que esos de la infancia. Era feliz con tan poco.... Pero ahora con un  poco de nostalgia, porque muchos de mis seres queridos ya no están y la más querida, mi hija lejos, me senté, como alguna vez lo hice, a respirar y dejarme caer mirando el cielo. Las nubes, copos de colores vivos del sol, y una larga lágrima, cayó sin esfuerzo. Estaba más cansada de lo habitual. Mas en la vorágine de querer cumplir con todo lo preestablecido no me había dado cuenta. Vi aparecer el lucero y agradecí y me sentí totalmente en paz, hasta donde había llegado, porque siendo adulta, sigo aún disfrutando de esta naturaleza. Ojalá llueva mucho, y esta bendita cañada no se seque nunca, y quizás algún día, disfrute con un pequeño de manitas suaves y le enseñe este hermoso universo.