Aquella tarde cargaron
los lirios y los claveles
y el ataúd con mil flores
al sepulcro se llevaron.
Cuentan que el enterrador
jamás supo quién era,
pero entre llantos y espera
palpo el inmenso dolor.
¡La quería! -dijo uno-
de los muchos asistentes
sin pensar que entre la gente
había otro enamorado.
Estoy ahora arrepentido
de aquella vida cegar
mas nunca he de olvidar
el crimen ya cometido.
La vi de lejos con otro
muy tomada de la mano.
Me repetí: ¡Cálmate! en vano
mientras bajaba del auto.
Jamás pude imaginar
el momento del destino,
porque yo tengo buen tino
a la hora de matar.
No quiero justificar
a mi mente enceguecida
por los celos de homicida
ahora tengo que pagar.
La maté Dios me perdone
no encontré otra salida
para curar esta herida
ojalá esto funcione.
Aunque no creo que Dios
a mi me perdone un día
la maligna cofradía
haberla puesto en un podio.
A él lo creí villano
que la iba a enamorar
por eso no pude evitar
apuñalar a su hermano.
Quiso Dios que viviera
y tenerla que mirar
ver su cuerpo bajar
sin despedirme siquiera.
Es lo que pasa señores
cuando se quiere creer
que nunca irás a caer
en este mundo de amores.
O vestir las ilusiones
tejidas con papelitos
los grandes y los chiquitos
tenemos abdicaciones.
Maté a la ingrata mujer
y concluí mi acción,
aunque no hay explicación
que al juez haga comprender.
Luego de veinte años
y con los pies descalzos
me dijo: vas al cadalzo
a pagar tu obstinación.
Y aunque ahora me arrepiento
lo hecho siempre estará,
aquel fornido sujeto
que apuñalie sin respeto
sin saber yo la verdad.
En celos no hay que confiar
y nunca mirarse en ellos.
los grandes, estos y aquellos
bien te pueden engañar.
Justo Aldu
Panameño
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