Tal vez tenga la culpa en muchas cosas, y a fin de cuenta eso tiene mucho sentido. De pequeña me enseñaron que pese a que duela, porque duele, uno tiene que respirar profundo y asimilarse, y afrontar los descontrastes que una misma se ha causado. Lo entendía cuando a galope corría en él trayecto del juego y caía, y cuando entraba a la casa sabía que los raspones tenían que limpiarse y no llorar sobre ellos. No, bien es cierto que no soy un ser supremo, la sabiduría no habita en mi templo, y la deplorabilidad me sucumbe hasta en las articulaciones. Pero mi abuelo aún sigue diciendo esa frase. Uno es la consecuencia de sus hechos. Y aún sigue teniendo eso mucho sentido para mi persona. Pero ya me canse de jurar lo injurable. Y también ya me cansé de bien fingir que toda esta mierda no es un fraude, de sonreírle al mundo cuando bien se que he deseado que todo arda en llamas. De ocultar las acciones comunes y corrientes de un ser humano que habita y peca igual que otros en esta tierra poco refugiable. Sobreviven los más fuertes, y el mundo no ha tenido piedad jamás por los más vulnerables. Las más virgenes también pecan, y con lo incierta que es la vida, hasta el papa puede que se tenga ganado el infierno. Nada es nunca lo que parece. Las pancartas y la publicidad nos venden sueños de humo. Y a fin de cuentas y resumiendo lo extenso. Nadie está exento de culpas. Lo que nunca nos dijeron cuando niños fue que dejar de serlo implica llevar un gran peso en la espalda. Que la pérdida de inocencia implica él despertar de la conciencia. La vida dura de labrarse las puertas y el peso que conlleva cuando estas en la cara se le cierran a una. ¿Me mintieron cuando niña? En algunas cosas, otras las tuve siempre claras, como por ejemplo el desprecio. O ese gran océano de promesas descoloras que nunca fueron hechas y que siempre supe que así sería. Quizá una se acostumbra a los pesares. Quizá una ya solo se medio acomoda cuando estos llegan, tal vez eso sea un pésimo antídoto cuando la felicidad llega, porque uno se limita a disfrutarla para esperar a ver cuándo va terminar para que como siempre empiece ese sometimiento punzante que siempre se queda en las venas y en la psique. Lo que nunca me dijeron cuando niña fue que la independencia cuesta la deshonra de quienes nos quieren esclavizar. El despecho de quienes quieren que nos sometamos al capricho de sus antojos.