Eminente es la tentación con hálito de divinidad,
etérea es la presencia que se materializa en mis ojos;
ajena, tan prohibida a lo mísero de mi condición,
negada a mi corazón que ha quedado burdo y sórdido,
que se ha anegado en un mar de humores
justificando así en mí la categoría de vileza.