Que será de aquella niña de mirada ansiosa
y alborotadas manos,
solía corretear entre los sembríos de maíz,
y con sus descalzos pies
trepaba los árboles de moras e higos blancos;
De rostro suave, color del trigo, hermosa
con su cabello al aire,
viva y enmarañada,
alborotaba a las mariposas y las flores
en primavera;
Sonreía con todo su cuerpo,
como sonríe la vida,
como seguramente sonríe Dios
y endulzaba el aire con el lleno de sus ojos;
Traía siempre piedritas de colores a mi puerta
y alguna que otra fruta.
Me miraba en silencio y yo a ella,
era nuestra forma de saludarnos,
nunca hablábamos más de tres o cuatro frases.
Nos sentábamos en silencio mirando el horizonte
sangriento de nuestras vidas
y a los pájaros volar hacia lo lejos.
A sus nueve o diez años
llevaba la sabiduría del silencio.
En las tardes regresaba del colegio,
muchas veces alegre y otras triste,
descubriendo cosas,
haciendo de la vida un rostro
y de la soledad una lágrima;
A veces me encontraba mirando el cielo
y me preguntaba que buscaba allá arriba.
Al sentirme triste, me decía:
¡Los amores caídos se van siempre para arriba!
¡Se los lleva Dios cuando esta triste!
Nunca supe de donde le venía esa sabiduría
Nunca supe a donde se fue.
De repente este día me doy cuenta
cuanta falta me hace
su transparente ingenuidad.